La estrella de Belén

 

                                                                                                                                                                  

 

 Estrellas Anunciadoras

    Desde el principio de los tiempos los hombres de todas las culturas han visto en el cielo su ayuda para poder saber cuando plantar o recoger ganado y también ha interpretado distintos acontecimientos astronómicos (cometas, novas, eclipses...) como símbolos de acontecimientos desastrosos, malos tiempos por llegar o como presagio de algo grande que estuviese a punto de suceder.

  Por otra parte también las religiones han relacionado sus divinidades con estrellas o planetas. En el antiguo Egipto las crecidas del Nilo y el renacimiento anual de Osiris venían anunciadas por el orto heliaco de la estrella Sirio (primera aparición anual de la estrella en el cielo). Las culturas centroamericanas consideraban al planeta Venus como la metamorfosis del dios Quetzalcóalt, de éste modo cada vez que reaparecía el planeta se celebraban grandes ceremonias en el famoso templo azteca de Tenochtitlán. El mismo Buda nació también bajo la luz fulgurante de alguna estrella, al igual que Krisna. Incluso existen leyendas romanas que hablan de la aparición de una estrella al nacer el emperador romano Julio César y la de un cometa al morir éste.

  No es de extrañar, por ésta parte, que la Estrella de Belén tenga una buena dosis de verdad al relacionarla con tan histórico acontecimiento. Pero no hay que pasar por alto que existe también la posibilidad de que sea un mito. Un hecho para dar mayor grandiosidad al nacimiento de Jesús. Incluso si queremos ser consistentes con nosotros mismos, no tenemos más remedio que indicar una segunda opción: un suceso fruto de un milagro divino. De cualquier forma si la estrella de Belén es un mito o un suceso sobrenatural no podemos darle ninguna explicación científica y, por consiguiente, el suceso quedaría zanjado de inmediato. Pero ¿y si existió? ¿qué pudo ser? Dediquémoslos a ver a continuación las distintas hipótesis existentes acerca de la naturaleza de la estrella de Belén.
 

 ¿Un cometa?
 

    Si miramos cualquier Belén o Nacimiento no faltará nunca la estrella de Belén. Seguro que si le pidiéramos a un grupo de personas que nos hiciera una estrella para colocarla en el Belén, una mayoría (sino la mayoría) la dibujaría con la misma forma. Un cuerpo con cinco, seis o muchas puntas acompañado de una cola acabada en dos, tres o varias terminaciones filamentosas. No hay duda: están pintando un cometa. ¿Por qué?
 

 

La Adoracisn de los Reyes Magos - Giotto La aparición de cometas como símbolo de la estrella de Belén es un hecho procedente de la Edad Media y claramente representado en el cuadro La Adoración de los Reyes Magos pintado por el italiano Giotto di Bondone sobre el año 1304. Giotto pintó su "estrella de Belén" en el cuadro, probablemente por la sorpresa que le habría supuesto la aparición en 1301 del cometa que hoy conocemos con el nombre de Halley. La iconografía fue adaptando poco a poco esta figura en todas las escenas que hacían referencia a la Natividad y, de alguna u otra forma, nos ha llegado a nuestros días.

  No obstante, independientemente de lo que pintara Giotto, es indudable que un cometa puede considerarse como un candidato firme para aspirar a ser estrella de Belén. Existían algunas teorías que señalaban al cometa Halley como el cuerpo que fue visible en aquellos tiempos de la Natividad, pero hoy día sabemos que el cometa fue visible, efectivamente, pero allá por el año 12 a.C. Además, su fulgor -pese a ser brillante- no habría sido especialmente sobrecogedor ni habría superado en brillo al resto de estrellas. Si tomamos al 5 a.C. como la fecha de la Natividad ésta hipótesis no es coherente y la descartamos.

  ¿Y otros cometas distintos al Halley? Es posible. Los astrónomos chinos y, en menor medida, los coreanos tienen reconocida fama por apuntar todo aquello que veían en el cielo. Sus crónicas son de gran ayuda para los historiadores de la Astronomía y en los últimos tiempos se han dedicado muchas horas de trabajo para comprender mejor estos textos orientales con la ayuda de expertos filólogos.

  El segundo reinado de Chhien-ping se corresponde con los meses de marzo y abril del año 5 a.C.; un hui-hsing es una manera de destacar una estrella con cola, un cometa; y Chien-niu es un nombre dado por los chinos a un grupo de estrellas que comprendía la zona del norte de las estrellas Alpha y Beta de la actual constelación de Capricornio.

  Hasta aquí todo parece coincidir pero hay ciertas dudas. Primeramente los chinos no hacen ninguna declaración en la que figure un movimiento en el cielo del astro, (recordemos que las citas bíblicas aluden a tal movimiento). Si efectivamente se trata de un cometa, en 70 días ha tenido tiempo más que suficiente para desplazarse, de manera considerable, por toda la bóveda celeste. En segundo lugar hay que tener en cuenta que cuando en 1572 explotó la supernova que hoy conocemos como de Tycho, los chinos también la observaron y en sus crónicas la citan como un hui-hsing. Lo que quiere decir que cabe la duda de que los chinos llamaran a un hui-hsing tanto a un cometa como a una estrella bastante brillante.

  Por lo demás existen ciertos indicios de la aparición de dos cometas entre los años 6 y 4 a.C. que pudieron ser visibles desde Oriente, pero no existe una evidencia lo suficientemente clara que señale que dichos cometas fueran muy brillantes. De hecho las crónicas chinas han anotado observaciones de cometas poco brillantes y que, pese a poder ser vistos sin dificultad por el ojo humano, no destacaron demasiado.
 

 ¿Una Supernova?

    Otra posibilidad planteada es la aparición de una supernova en los cielos. Una supernova es una estrella muy masiva que aumenta bruscamente su luminosidad, de tal forma que no es posible que pase inadvertida en el cielo.

  Ciertamente es difícil que la estrella de Belén pudiera interpretarse como una supernova. La explicación es clara. Cuando una estrella se convierte en una supernova, su estadio final es una envoltura gaseosa que va expandiendo con el tiempo. Con los telescopios y radiotelescopios que existen hoy día, es fácil observar donde se encuentra éste remanente de supernova. Por ejemplo, en el año 1054 astrónomos chinos observaron una estrella tan brillante que incluso fue visible durante el día. Tycho Brahe también observó otra supernova en 1572 de éstas características. El resultado de la explosión de ambas estrellas (llamado remanente) pueden observarse hoy día. En el caso de la estrella de los chinos lo que hoy se observa es la Nebulosa del Cangrejo o M1 situada en la constelación de Tauro y visible con pequeños telescopios. La estrella de Tycho es la radiofuente B Cas situada en la constelación de Casiopea, aunque ésta última requiere instrumentos de gran envergadura para ser localizada.

Nebulosa del Cangrejo (Observatorio Lick)

Con esto en mente, la posibilidad de que la estrella de Belén fuera una supernova podemos descartarla definitivamente.
 

 ¿Un planeta?
 

    Si alguna vez miramos al cielo en una noche más o menos clara podremos ver una gran cantidad de estrellas. Si nos fijamos con atención existirán algunas que no tienen el titilar propio de las estrellas: y es que no lo son, se trata de planetas. No nos debe sorprender su gran brillo pues los planetas visibles a simple vista reflejan la luz que reciben del Sol desde una distancia relativamente corta a escala astronómica. Dos planetas son especialmente brillantes: Júpiter y Venus.

  Júpiter es visible durante éste invierno de 1999 algo alto durante las primeras horas de la noche, además el objeto brillante que no titilea- que tiene muy cerca es Saturno, aunque como podremos comprobar, brilla con menor intensidad que Júpiter. Por otra parte, si nos levantamos muy temprano y aún es de noche, podremos ver al planeta Venus con un brillo cegador hacia el este. Debemos recordar que Venus es el objeto celeste más brillante que puede verse en el cielo una vez que descartemos a la Luna.

  Es posible de esta forma que pudiera confundirse la estrella de Belén con algunos de estos planetas y algunos investigadores así lo creen. Pero debemos tener en cuenta que estos objetos han sido observados con cierta exhaustividad desde tiempos inmemoriales (dos milenios antes de Cristo como mínimo) y eran sobradamente conocidos. De modo que resulta un poco extraño que el objeto que le llamara la atención a los Reyes Magos fuera un planeta. Si de verdad eran sabios y conocían el cielo, los planetas lo considerarían como un objeto celeste rutinario.

  No obstante algunas veces debido al movimiento aparente en el cielo de los planetas puede darse que dos planetas se encuentren tan juntos en el cielo que incluso en ocasiones (las menos), ambos cuerpos sean indistinguibles a simple vista. Este tipo de situaciones reciben el nombre de conjunciones planetarias. Aunque la posibilidad de que se den es más pequeña, puede suceder que en lugar de dos sean tres los planetas que estén muy cerca en el cielo. Dichas conjunciones planetarias han sido consideradas a lo largo de la historia como el acontecimiento astronómico que inició la marcha de los Reyes Magos a Belén. Veámoslo a continuación.
 

¿Una conjunción de planetas?
 

    El primero en proponer una conjunción planetaria como estrella de Belén fue el astrónomo alemán Johannes Kepler. En 1604, Kepler observó una supernova en la constelación de Ofíuco que le dejó perplejo. Sugirió que una estrella similar a la que él habría observado podría haber sido lo que anunciara el nacimiento de Jesús. Además, meses atrás había observado una conjunción planetaria entre Júpiter y Saturno visible en la constelación de Piscis. Al ver meses después la nova, pensó que ambos acontecimientos debían estar relacionados. Como buen matemático que era, se dispuso a calcular las conjunciones planetarias que habían podido observarse en los tiempos próximos a la Natividad encontrando una particularmente interesante: En el año 7 a.C. Júpiter y Saturno tuvieron un acercamiento aparente en el cielo muy destacado y también lo hicieron en la constelación de Piscis. En esa ocasión Saturno y Júpiter se acercaron y alejaron mutuamente hasta tres veces (conjunción triple) durante un período de seis meses. Debió ser magnífico ver ese espectáculo.

  Kepler, dentro de la aureola de misticismo que le rodeó durante toda su vida, creía en la Astrología (algo que en su edad madura le causó bastantes problemas) por lo que no le resultó difícil creer que los Reyes Magos pudieron interpretar el hecho como: Un nuevo gran Rey (encarnado en la figura del planeta Júpiter) que traerá justicia (simbolizada por Saturno) está a punto de nacer entre los judíos (la constelación de Piscis está relacionada con los acontecimientos bíblicos de la separación de las aguas del Mar Rojo que hizo Moisés así como de su rescate de las aguas; de ahí procede su relación con su pueblo natal).

  Evidentemente es una interpretación realizada con argumentos astrológicos, o sea, sin base científica sostenible, pero no debemos olvidar que tanto en tiempos de Kepler como en los de la Natividad, lamentablemente la creencia en la Astrología era mayoritaria y la observación de una conjunción como la del año 7 a.C. indudablemente daría que pensar a los vigilantes del cielo. De hecho también les tuvo que causar quebraderos de cabeza a los babilonios pues se han encontrados en Sippar, Irak, unos textos babilonios escritos sobre unas tablas de arcilla (ver la reproducción de la imagen) en las que se ha podido leer la especial atención que le dedicaron los babilonios a ésta característica conjunción planetaria. Con estos datos en la mano, otros investigadores del hecho como Stauffe y David Hughes reincidieron a partir de mediados de éste siglo en ésta misma hipótesis.

Tablilla Babilsnica

    Con los sistemas informáticos actuales es posible calcular en poco tiempo qué conjunciones planetarias especialmente llamativas pudieron ser visibles desde Babilonia en una fecha dada. Si marcamos un margen de años próximos a la Natividad el resultado que nos dan los ordenadores es de dos conjunciones planetarias además de la propuesta por Kepler. La primera se dio en agosto del año 3 a.C. entre Júpiter y Venus y la segunda en junio del 2 a.C. entre los mismos planetas.

  Roger Sinnot, uno de los articulistas más destacados de la revista astronómica americana Sky & Telescope, propuso en 1968 que la conjunción dada en el año 2 a.C. fue la estrella de Belén basándose en el hecho de un acercamiento de ambos planetas tan próximo, que resultaría imposible distinguir los dos planetas a simple vista, con lo cual lo que se observaba en el cielo sería un punto de luz brillantísimo. Además, Sinnot se basa en que ésta conjunción pudo verse durante buena parte de la noche y que fue visible en la constelación de Leo y cerca de su estrella más brillante Régulo, lo que se relacionaba con los comentarios proféticos de la venida del Mesías.

  Es obvio que estas conjunciones se dieron, pero la idea más extendida es aquella que sustenta el que, o bien, se dieron antes del nacimiento de Jesús, o bien, después. Sin embargo, aunque sean descartables pudo ser que tuvieran cierta influencia en acontecimientos astronómicos posteriores, en especial la conjunción del 7 a.C.
 

¿Una lluvia de estrellas fugaces?
 

    Existen otras curiosas hipótesis que incluyen meteoros, bólidos y lluvias de estrellas fugaces. El divulgador astronómico británico Patrick Moore ha propuesto que la estrella de Belén bien podría tratarse de un bólido especialmente luminoso, el cual diera la señal a los magos para iniciar su viaje. Un bólido es un meteoro muy brillante que se hace visible en el cielo durante pocos segundos y que destaca muchísimo por su alto brillo. Moore introdujo posteriormente otro bólido que habría aparecido en Belén a la llegada de los magos explicándose de ésta forma el texto bíblico. El primer bólido iniciaba el viaje, el segundo anunciaba el destino final. No es difícil que esto pudiera darse realmente pero los bólidos, a pesar de su espectacularidad, son fenómenos astronómicos relativamente comunes y los magos deberían conocer estos fenómenos sobradamente.

  Patrick Moore anotó otra hipótesis alternativa. En la primera década de éste siglo se pudo observar desde Inglaterra una lluvia de estrellas fugaces bastante particular. Se inició con un meteoro brillante, después un segundo meteoro siguió el mismo sentido que el primero, luego un tercero hizo lo mismo y así sucesivamente. Nunca se ha vuelto a ver una lluvia con éstas características.

  La nueva hipótesis apunta a que una lluvia como ésta, (hoy la llamamos Cirílidas) hubiera sido el punto culminante para la partida de los magos hasta Belén. ¿Y en Belén? ¿Se daría otra similar? Esta hipótesis no es demasiado plausible astronómicamente... Particularmente considero que si se hubiera dado un fenómeno así de particular, las narraciones de Mateo habrían tomado otro cariz y la descripción de la estrella de Belén habría sido bien distinta.
 

 ¿Una nova?

    Antes sugerimos una supernova como un candidato ideal para ser la estrella de Belén. Hubiera sido, cuanto menos, curioso. Pero ¿y si en lugar de ser un objeto tan espectacular como una supernova fuera una nova?

  Una nova es una estrella que, como consecuencia de las reacciones nucleares explosivas que se dan en las capas más superficiales de la estrella, sufre un aumento de brillo considerable aunque no se acerca al excepcional aumento que sufren las supernovas.

  Las crónicas coreanas nos cuentan algo interesante que sucedió en el año 4 a. de C.:

Nova Cygni     Si el término Chi-yu es considerado como una mala interpretación de I-yu como sugieren el grupo de investigadores ingleses compuestos por David Clarke, Parkinson y Richard Stephenson, la fecha en la que nos encontramos es a finales de marzo del año 4 a.C. Un po-hsing es un cometa sin cola o una estrella brillante. (Recordemos que los hui-hsing chinos era cometas con cola) Por último Ho-Ku es un asterismo de estrellas que los coreanos nombraban y que hoy sabemos ocupaba una parte de la constelación del Águila.

  Este testimonio hace que volvamos la vista atrás y recordemos el testimonio chino de la observación de un hui-hsing. Según los investigadores ingleses citados anteriormente, el po-hsing coreano aparecido a finales de marzo del 4 a.C. y el hui-hsing chino aparecido a finales de marzo/principios de abril del 5 a.C. son: o el mismo objeto u objetos bien distintos aparecidos en la misma época con una diferencia de un año entre uno y otra aparición.

 La primera alternativa puede basarse en un error de fecha y en la consideración de que los chinos usaran su vocablo hui-hsing para designar también estrellas o cometas sin cola, algo que, como vimos en el apartado de los cometas, no es tan difícil.

  Si fueran objetos distintos es difícil creer que los chinos no anotaran la observación de un fenómeno tan espectacular dada su continuidad más que probada en éste sentido. A menos que el objeto no fuera tan espectacular...con lo cual no debería entrar como candidato a ser estrella de Belén.

  Stephenson cree que definitivamente ambos objetos son el mismo y que apareció en el año 5 a.C. Esta es una hipótesis que cuenta con cierta validez creyéndose que el objeto no fue un cometa sino una nova de un brillo destacado para ser advertida con sorpresa por los Reyes Magos pero no tan diferenciador para la gente sin conocimientos astronómicos. Además, el hecho de que se mantuviese visible en el cielo, sin moverse aparentemente de la constelación, excluye la posibilidad de que se trate de un cometa.

  Por las anotaciones chinas y coreanas dicha nova pudo aparecer en una zona delimitada por las constelaciones del Águila y Capricornio, en concreto en una región de unos cinco o seis grados centrada en la estrella Theta de dicha constelación. El objeto sería visible al amanecer en el Este. A medida que pasaba el tiempo estas constelaciones se harían visibles más tiempo antes de que saliera el Sol hasta que, en unos tres meses, el objeto podría ser visible hacia la medianoche en el Sur en lugar del Este. Con lo cual el objeto sería visto por los Reyes Magos en el este (como dice el evangelio de San Mateo), y luego señalaría la posición de Belén desde Jerusalén. Por otra parte, David Hughes piensa que la traducción desde el griego original del evangelio de San Mateo tiene un error debido a una diferencia muy sutil de las palabras y por tanto, en lugar de leerse en el este ha de leerse en la primera luz del alba. Dato que refuerza ésta hipótesis. Así pues según estos investigadores la estrella de Belén debía ser una nova que aconteció en el año 5 a.C. y que fue visible entre las constelaciones del Águila y Capricornio.

  En cuanto al tiempo de visibilidad de la estrella, recordemos que los chinos anotaron que fue visible durante más de 70 días. Si los Reyes Magos vinieron de Babilonia (unos 900 km.) les daría tiempo suficiente para llegar a Belén, pero ¿y si vinieran de Persia? El investigador Kukarkin mantiene que la nova no pudo verse durante más tiempo en China porque el monzón chino habría impuesto unas duras condiciones meteorológicas durante varias semanas. Fuera de la zona china la estrella podría haber sido visible durante más días de manera que si los magos hubieran iniciado el viaje en Persia también les habría dado tiempo a llegar.


                                                                                                                           

 Otras hipótesis

 Algunos astrónomos como Mark Kidger (investigador del Instituto de Astrofísica de Canarias) o Humphreys (de la Royal Astronomical Society) disponen de una hipótesis no centrada en un objeto u acontecimiento en concreto, sino en varios.

  Su hipótesis se basa en centrarnos primeramente en la conjunción planetaria del año 7 a.C.; Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis le habría llamado poderosamente la atención a los Reyes Magos como ya hemos explicado. Posteriormente en el año 6 a.C. Marte, Júpiter y Saturno se agruparon muy cerca entre ellos en una zona del cielo reducida (no se trata de ninguna conjunción) de nuevo en la constelación de Piscis. Si bien el suceso no tuvo nada en especial los Reyes Magos estaban ya sobreavisados, así que a la menor señal de alarma, iniciarían la partida. Algo que llegaría con la nova del año 5 a.C la cual se mantendría visible durante más de 70 días, tiempo suficiente para que los Reyes Magos llegaran a ver a Jesús. De ésta forma Kidger y Humphreys sitúan a la Estrella de Belén como una sucesión de acontecimientos astronómicos sucedidos durante dos años.